El periodista y el terremoto

septiembre 24, 2017
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Textos y Contextos
El periodista en la catástrofe y la conciencia del dolor en el Otro
Por: Miguel Alejandro Rivera
Hoy más que nunca lo importante es apoyar a quienes lo perdieron todo luego del sismo del 19 de septiembre que afectó a la Ciudad de México y a los estados de Morelos, Puebla, Guerrero, Chiapas y Oaxaca; sin embargo, es inevitable sentirse en conflicto uno mismo, con todos, con el mundo; replantear nuestro papel en la sociedad.
Luego de saber que decenas de edificios cayeron en la capital del país, cientos de personas acudieron a los lugares de desastre para apoyar con picos, palas, mazos o para alimentar a aquellos que golpe tras golpe intentaban abrir camino entre las ruinas con la esperanza de salvar algunas vidas. No importó la edad, no importó el estrato social, no importó más que saber que algo hacías para levantar a la ciudad del desastre.
De pronto a algunos se les ocurría sacar fotografías o video con el celular, incluso alguna selfie, y claro, quienes sudaban levantando piedras y rascando entre los escombros tachaban el acto como morboso e imprudente. ¿Entonces como periodista para qué sirves en esos momentos?
No es tiempo para el morbo, no hay cabida para el protagonismo; hoy incluso los periodistas, los fotógrafos, deben entender que su fuente es alguien que se tambalea entre la vida y la muerte y que si no levantan una piedra para rescatarlo, entonces su presencia ahí es inútil. Es momento de comprender que si no eres médico, arquitecto o rescatista profesional, te has convertido en una máquina de carga; lo que en ahora sirve es tu fuerza, tu ingenio, tu capacidad física, nada más.
Junto al edificio en ruinas en Bolívar y Chimalpopoca hay una escuela, la “Simón Bolívar”. Quedó en pie pero no salió ilesa: se ven muros descuadrados y escaleras de emergencia que apenas se sostienen de los pasillos; sin embargo, en el primer piso hay personas que sólo miran cómo decenas de seres humanos trabajan sobre las ruinas de una fábrica textil bajo la cual hay esperanza de vida.
Alguien lo nota, se sabe que la escuela podría colapsar también, y los más reacios a bajar son los fotógrafos de algunos medios de comunicación. La gente los observa desde abajo con disgusto: “pinches morbosos”, dice alguien por ahí. Personal de la delegación los invita a descender: “Es que estamos haciendo nuestro trabajo, déjenos trabajar. Ustedes están haciendo su trabajo, déjenos a nosotros hacer el nuestro”, dice uno de los fotógrafos, a lo que alguien le responde: “Mi trabajo no es levantar cascajo pero aquí estoy, deberían ayudar”.
¿Cómo ejercer el periodismo en un momento en el que el reportero sólo se limita a observar la lucha de la sociedad por rescatar a quienes se tambalean entre la vida y la muerte bajo las ruinas de un edificio?, ¿es entendible que la gente se moleste con fotógrafos y reporteros?, peor aún, ¿qué pasa cuando empresas como Televisa inflan el rumor de una sobreviviente sólo porque es una niña que enternece a la sociedad? Curiosamente, cuando la Marina afirmó que la mujer con vida bajo la escuela Enrique Rébsamen era una señora de intendencia, la cobertura del evento dejó de ser prioridad para la televisora.
En estos tiempos, ¿qué significa informar?, ¿es estar al pendiente de los nombres de los desaparecidos, el número de personas que posiblemente se encuentran bajo los escombros, las necesidades en las zonas de desastre, o se trata de estar expectante a la tragedia para publicarla?
Es cuando uno se pregunta: “si un ser querido o yo mismo fuera quien está bajo los escombros, ¿me gustaría que alguien estuviera alerta, con su cámara o su libreta para saber si salgo vivo o muerto?”. A mí no.
Y al final también se entiende que luego de 32 años, México se cimbra de nuevo y quedan las noches intranquilas para quienes aún sienten que se les mueve el piso, para los que cierran los ojos y ven escombros o cualquier sonido similar a la alerta sísmica les genera un pánico insoportable; pero hay Otros en el mundo a los cuales les destruyen sus hogares, viven “terremotos” de manera cotidiana, y ahí no es la Tierra, son otros hombres que deciden si se ha de derrumbar una ciudad, si miles de personas inocentes han de morir bajo los escombros.
Luego de luchar contra los estragos del sismo en México, debe queda la conciencia del dolor ajeno: ¿qué siente un niño palestino cada que Israel suelta una bomba? O los sirios, ¿cómo vivirán cada derrumbe que provoca un bombardeo de las potencias?, ¿qué se siente vivir siempre entre ruínas?
Ese dolor y sufrimiento que vivimos en la Ciudad de México, en Chiapas, en Oaxaca, en Puebla y en Morelos este septiembre negro, debiera dejarnos marcado en la conciencia de que mucho en este mundo está mal; esa camaradería que mostró el pueblo mexicano ya debiera ser costumbre con el vecino, con los más necesitados, con los connacionales, con el mundo y con todos.

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